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Álbum de recortes

¿Nunca ocurriu?

¿Nunca ocurriu? El Mundo: "Toda Malpica se está riendo de ti", le soltaron a Carmen Sueiro Lema una mañana de noviembre de hace un año en su propio pueblo, uno de los primeros afectados por la marea negra del 'Prestige'. Carmen, la de Cerreta, como la conocen sus vecinos, fue la única voluntaria de Malpica.

Sólo ella, de entre sus 7.000 habitantes, bajó a las playas del municipio a limpiar gratis, por puro coraje, el chapapote. El resto prefirió esperar en casa a que la Xunta les ingresara los 40 euros diarios de ayuda por no salir a faenar.

"Todo Malpica mirando y los demás, trabajando", describe la mujer, que tiene un hijo faenando en el Gran Sol y otro de jefe de máquinas en Italia. Así estaba el pueblo después de hundirse el 'Prestige' y escupir su negro veneno. "Si tenemos la casa sucia", repetía a quien la escuchaba, "debemos limpiarla nosotros".

Pero los habitantes de Malpica hicieron algo más que mirar. Carmen empezó a recibir amenazas telefónicas: "Te van a caer unas hostias como sigas trabajando con los voluntarios". Su hijo la llamó desde Italia para pedirle que no siguiera bajando a la playa. "Que limpie Aznar, que limpie Fraga...", le contestaban sus vecinos cuando les afeaba su pasividad. "Ojalá venga otro Prestige", se reían.

La Voz de Galicia: Sin muertos, que no los hubo, el accidente del Prestige fue una espantosa calamidad. Sus causas iniciales fueron las deficiencias del barco y la mar arbolada del 13 de noviembre de 2002, pero su magnitud económica y humana sólo se explica por la ineficiencia y la incuria de las Administraciones que no supieron gestionar la crisis ni preparar a la sociedad para combatirla. Los costes de las reparaciones posibles, y de las indemnizaciones legales, fueron enormes, aunque ahora se repartan en ayudas y vericuetos imposibles de seguir. Los otros costes, los del hombre y la naturaleza, siguen aún sin calcular y sin reparar, esperando a que el dios del tiempo vierta sus lágrimas sobre los acantilados del Finisterre. Pero nada de ello parece ser un obstáculo para que la catástrofe del Prestige haya tomado el camino del olvido, entre la propaganda y el aburrimiento, sin que hayamos aprendido ninguna lección de la historia, y sin que hayamos consolidado una versión razonable de la catástrofe, en sus causas y consecuencias.

Por eso seguimos sin depurar responsabilidades políticas ni penales. Por eso los ministros se pasean como héroes sobre los rescoldos de su ineficacia. Por eso los científicos enfrentan sus conclusiones mercenarias como si estuviesen discutiendo en la feria del ganado. Por eso se desinflan los movimientos sociales. Y por eso va ganando la partida un Gobierno que, lejos de asumir sus responsabilidades, aprovechó la ocasión para restaurar las debilitadas redes del clientelismo político más deprimente. Por eso, y porque no hemos aprendido nada, la memoria del Prestige tiene aires de tragedia.

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