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Álbum de recortes

Política y cultura

El País: Zweig detestaba la política y, como no se metía con ella, tenía la ingenuidad de creer que ella tampoco se metería nunca con él. De pronto, descubrió que era judío. Lo descubrió en los ojos de su mejor amigo, un intelectual destacado, con el que conversaba, discutía, intercambiaba libros e ideas, y pasaba horas en las tabernas bebiendo sendos porrones de cerveza. El judaísmo debía ser algo muy vago y lejano para este austriaco laico, para este intelectual totalmente integrado a la cultura occidental, para este europeo al que la religión sólo interesaba como objeto de estudio o fuente de placeres estéticos. Y, sin embargo, un buen día, aquel amigo dejó de saludarlo en la calle y, peor todavía, le hizo saber que sólo podían continuar su amistad de manera clandestina, porque para un ario como él se había vuelto demasiado riesgoso frecuentar a un judío.

Cuando cuatro policías austriacos se presentaron a la casa de la montaña de los capuchinos, en febrero de 1934, con una orden de registro porque se suponía que el propietario escondía armas para una conspiración subversiva, Stefan Zweig comprendió que había llegado la hora de partir. Empaquetó lo que pudo y, sin hacer saber a nadie que huía, escapó a Inglaterra, de donde luego seguiría huyendo, esta vez allende los mares, a Petrópolis, en Brasil, donde en 1942, luego de una tranquila velada en la que jugaron una partida de ajedrez, él y su joven esposa Lotte se suicidaron tomándose una fuerte dosis de Veronal.

Hasta el final, y pese a las atrocidades que vio a su alrededor y padeció en carne propia, Stefan Zweig creyó que cultura y política eran esferas independientes que no debían mezclarse, y que un escritor y un artista, para alcanzar la excelencia estética, debían mantenerse rigurosamente alejados de esa cosa mediocre, vulgar y sucia que es el quehacer político.

El país que lo desconoció y expulsó ha hecho de esta ingenua convicción una exitosa filosofía. Cuando se piensa en el nazismo se piensa en Alemania, no en Austria, donde hubo tantos partidarios de Hitler como entre los propios alemanes. Sin embargo, jugando hábilmente la carta del neutralismo, y echando un velo de amnesia y silencio sobre ese pasado comprometedor, Austria ha prosperado, se ha democratizado, y aparece en la historia contemporánea como una de las víctimas más sufridas, y de ninguna manera una cómplice, de las hordas pardas.

M. Vargas Llosa, 2004-09-05

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